Entramos en el aula, damos una
interminable clase, mandamos un montón de ejercicios para casa que corregiremos
en la siguiente sesión y salimos satisfechos del aula. Cambiamos de grupo y
repetimos exactamente el mismo proceso. Y con ello pretendemos que los alumnos
y alumnas estén motivados, que tengan ganas de trabajar la asignatura y vuelvan
entusiasmados al día siguiente. Algo falla.
Enfocamos mal: los profesores
estamos POR y PARA los alumnos. Somos su ayuda, su apoyo. Afortunadamente, cada
vez hay más docentes que tienen claro que hay que modificar lo que no está
funcionando en nuestras aulas. Debemos cambiar el enfoque de la clase: los
verdaderos protagonistas del aprendizaje están detrás de cada pupitre.
No nos engañemos, sin nuestros alumnos
no tendría sentido estar en un aula. Nuestra profesión se la debemos a ellos y
ellas, nuestros ‘compañeros de viaje’ que cada septiembre empiezan con nosotros
una nueva aventura, un nuevo curso escolar. Nadie sabe cómo terminará cada aventura
ni todo lo que aprenderá en ese tiempo, pero lo que sí es seguro es que si nos
volcamos de lleno con el alumnado, trabajamos mano a mano con él y nos
esforzamos cada día en mejorar nuestro trabajo en las aulas, el alumnado lo
nota y se siente más valorado. Será entonces cuando sus ganas de trabajar y de
volver al día siguiente al centro escolar cambien.
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